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Un muchacho andaluz

Te hubiera dado el mundo, 
muchacho que surgiste 
al caer de la luz por tu Conquero, 
tras la colina ocre, 
entre pinos antiguos de perenne alegría. 

Eras emanación del mar cercano? 
Eras el mar aún más 
que las aguas henchidas con su aliento, 
encauzadas en río sobre tu tierra abierta, 
bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de 
rotos resplandores. 

Eras el mar aún más 
tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo; 
eras forma primera, 
eras fuerza inconsciente de su propia hermosura. 

Y tus labios, de bisel tan terso, 
eran la vida misma, 
como una ardiente flor 
nutrida con la savia 
de aquella piel oscura 
que infiltraba nocturno escalofrío. 

Si el amor fuera un ala. 

La incierta hora con nubes desgarradas, 
el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa, 
la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos, 
te enviaban a mí, a mi afán ya caído, 
como verdad tangible. 

Expresión amorosa de aquel mismo paraje, 
entre los ateridos fantasmas que habitaban nuestro 
mundo, 
eras tú una verdad, 
sola verdad que busco, 
mas que verdad de amor, verdad de vida; 
y olvidando que sombra y pena acechan de continuo 
esa cúspide virgen de la luz y la dicha, 
quise por un momento fijar tu curso ineluctable. 

Creí en ti, muchachillo. 

Cuando el amor evidente, 
con el irrefutable sol del mediodía, 
suspendía mi cuerpo 
en esa abdicación del hombre ante su dios, 
un resto de memoria 
levantaba tu imagen como recuerdo único. 

Y entonces, 
con sus luces el violento Atlántico, 
tantas dunas profusas, tu Conquero nativo, 
estaban en mí mismo dichos en tu figura, 
divina ya para mi afán con ellos, 
porque nunca he querido dioses crucificados, 
tristes dioses que insultan 
esa tierra ardorosa que te hizo y te hace.
 

- Luis Cernuda

© 2016 por Obra para un Escritor.

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